Había una vez en un reino muy lejano y en tiempos donde el tiempo no corría tan velozmente, un joven y hermoso príncipe llamado Archius. El era una persona valerosa, sensible y muy inteligente. Vivía en el castillo junto a toda la realeza, pero a pesar de los lujos y las comodidades de ser un príncipe, el no se conformaba con una vida tan predecible por que también era un alma meditativa y aventurera.
Cansado de las superficialidades del mundo que a diario lo rodeaba, el príncipe pasaba la mayor parte del día caminando por los bosques que rodaban el castillo y ensimismado en sus cavilaciones recorría los intrincados senderos hasta que la caída del sol se tornaba inminente, entonces volvía al castillo para cenar y luego encerrarse en su dormitorio donde leía hasta quedarse dormido. La certeza de que en su vida no existían grandes emociones lo sumía en una angustia detectable sólo en la oscuridad de sus profundos ojos pardos ya que su herencia le confería un aire de seguridad y grandeza que solo él de sus tres hermanos, había heredado de su padre el rey Marius Alvertus. Quien en su lecho de muerte había otorgado el trono a su hermano Venicius, apenas un adolecente caprichoso y mañero que con sus artimañas estaba llevando el reino hacia la perdición.
Aun así ante la negativa del príncipe Archius era Venicius quien reinaba ya que el nada quería saber con los asuntos de la tan corrupta dinastía reinante, preocupados solo en satisfacer sus caprichos a costa de cualquier cosa o persona. Su pasión siempre han sido los libros, la literatura lo transformaba en un ser gigantesco, podía conocer otros mundos, otras culturas, otros idiomas con solo abrir una pagina. El sentía que en esas viejas tapas de cuero existía una puerta hacia lo infinito. Debido a esa fuerte atracción se había convertido en una de las personas más cultas de su reino, ganándose así, la admiración y el respeto del pueblo que reclamaba la renuncia del rey Venicius y el nombramiento de Archius como futuro rey. Pero Archius también era bastante obstinado y seguía prefiriendo su vida de príncipe, deseando en secreto no contar si quiera con ese titulo, pero dicen que la familia no se elige y el, le gustase o no, era el hijo del rey.
Una tarde de enero, inusualmente cálida, mientras caminaba, por los senderos del bosque, un caballo tan velozmente a su lado que el príncipe debió dar un gran salto para evitar ser pisoteado por el enfurecido equino, al levantar desconcertado la cabeza luego del susto, vio como una muchacha corría detrás del animal para tratar en vano de alcanzarlo.
En ese instante casi imperceptible en el tiempo, pasaron cosas intensas en el corazón del príncipe, quien tirado en el piso no podía recuperarse de tal conmoción, en solo tres o cuatro segundos sintió que su vida había cambiado para siempre por que el tiempo se hizo indescriptiblemente lento y el pudo ver en detalle las patas potentes de caballo que se alejaba, y a la hermosa criatura que lo seguía, descalza, despeinada y vestida con arapos. El viento le pegaba el liencillo a la piel dejando ver las curbas de su cuerpo grácil pero fuerte, la luz que atravesaba el follaje iluminaba su piel tan blanca como la luna, y en la tenuidad del bosque brillaban sus enormes ojos negros.
Archius se levantó del suelo y corrió tras la joven muchacha, quería cerciorarse de que no había sido solo una ilusión.
Iba tras ella con el pecho agitado, todo el cuerpo tensionado por el esfuerzo de seguirla y la ansiedad por volver a verla, el corazón palpitaba sobremanera pero nada lo detenía.
Podía verla delante de el aparecer y desaparecer entre la vegetación como un hada mágica que jugaba con despreocupada y divertida.
Cuando ella finalmente se rindió, fue desacelerando el paso hasta que se detuvo en una gran roca ubicada en la entrada de un claro donde encontró a su caballo pastando tranquilamente ajeno al cansancio que había sufrido la niña. Ella pacientemente se sentó y lo dejo hacer.
Archius también se detuvo, pero detrás de un árbol, aun no quería ser descubierto, debía tranquilizarse primero.
La observaba detenidamente, la encontró hermosa y enigmática, no era como las mujeres de su entorno, todas emperifolladas para ocultar detrás de tanto maquillaje quien sabe que cosa. Pero ella ni siquiera tenía un vestido y aun así lo había hechizado completamente.
Su única vestimenta consistía en una especie de túnica que le llegaba hasta las rodillas en liencillo blanco sucio y llevaba el pelo inusualmente corto y negro como una noche sin luna.
Se dio cuenta de que aun era una niña por el rosado de sus mejillas y el brillo en sus ojos que delataban inocencia, además tenía las rodillas raspadas como un niño que vuelve de jugar en el jardín.
Ese contraste entre delicadeza y salvajismo lo desconcertaba. ¿Como era posible albergar tanta pureza e inocencia y la vez fuerza y energía inagotables? No lo sabía y no se quedaría con la duda.
Se quito la levita de terciopelo azul, la coronilla de oro, desarreglo su camisa y se despeino un poco. Quería verse mas simple ya que aquella persona era simplemente maravillosa.
El pecho se le aceleraba con cada paso, las manos le temblaban no entendía que pasaba con su cuerpo, evidentemente savia algo que el no conocía. Cuanto más se acercaba, mas fuerte era su felicidad y su certeza. el magnetismo que existía entre ambos era casi palpable. Sintió que el mundo entero estaba presenciando ese momento de su vida, tan intenso, tan inesperado y tan extrañamente conocido, recordado, familiar. Esos ojos, esa piel, ella, toda ella en lo externo y en lo interno lo llamaba en silencio. Cuando estuvo detrás suyo pudo sentir su perfume, su luz y su calor y fue como si el universo se detuviera en ese instante, la mente en blanco, el cuerpo etéreo, el alma en paz. Solo un nombre que jamás había escuchado nombrar, que nunca había soñado pero que aun así conocía en cada letra en cada espacio en cada sonido, retumbaba en su cabeza lo extasiaba por completo, sentía ganas de gritarlo y cuando estuvo casi a punto de estallar de felicidad ella volteo, le sonrió y le dijo con una vos suave que gritaba por los poros de toda su piel “Te estaba esperando, por fin llegaste mi vida”. Kira amor mío, dijo el, como soltando un suspiro contenido por varias vidas. Sintió paz, seguridad, luz pero el amor que los rodeaba y la intensidad con la que surgía de su ser era indescriptible, se sintió pleno, como jamás lo había estado en su vida, cerro los ojos, de a poco pudo sentir el pasto entre sus dedos, el frio de la noche en su piel, y despertó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario